jueves, 31 de mayo de 2012

LÜGER, KRAUTROCK CON TORREZNOS

Cesar Estabiel
Rockdelux 289 (Noviembre 2010)



Es sabido que los alemanes Can no tenían prisa alguna en componer sus largos temas. Empezaban la sesión aportando un patrón básico y cada uno de los cuatro entraba con su instrumento cuando sentía la inspiración. Nadie aceptaba normas pero todos acataban una disciplina. Podían estar siete u ocho horas grabando de un tirón, y solo paraban cuando sentían que la “improvisación organizada” ya había dado todo lo que tenía que dar. Lüger aprendieron esta dinámica de los fenómenos alemanes y si no fuera porque el cuentakilómetros empieza a contar desde que entran en el estudio de grabación y no hay rebaja de tarifa, sus canciones podrían no tener fin. Llegados de varios puntos de la península pero afincados en Madrid, Lüger no solo es un work in progress en el plano musical. La formación también ha venido moldeándose siguiendo esta orgánica filosofía. Todo comenzó cuando Diego Veiga –antes en Jet Lag– puso a todos en la misma órbita. Y parece haber sellado su estabilidad ahora que Edu García (guitarra, efectos y voces) –capo de Giradiscos y fan del ruido– ha tomado el relevo de un Veiga retirado momentáneamente a sus aposentos coruñeses.

El trío de rock primitivo Tres Delicias, Magic Bus, Imposibles o J’Haybers han sido algunas de las bandas que han fogueado a los cinco de ahora, centrados en una idea común desde diciembre de 2008. “Hasta entonces el grupo no tenía un sonido ni parecido al que tenemos ahora”, matiza Daniel Fernández (voz solista, sitar y bajo), el más rodado de todos. ¿Y a qué suena Lüger? “Con nosotros no funciona la copla de quedarte con tres o cuatro referencias y no ir un poco más allá. Te vas a perder cosas. Creemos que toda la música está conectada entre las diferentes épocas y lo que te suena como krautrock tiene puntos en común con muchas otras maneras de entender la música”, acierta Fernando Rujas “Lopin” (percusiones y voces), comprador compulsivo de discos al que los nuevos giros mercantiles no parecen afectarle. “Nosotros llegamos al rock cósmico alemán desde el rock psicodélico y experimental de finales de los sesenta, pero en algún tema podemos tirar hacia al Canterbury Sound”, aclara Daniel. “También nos han comparado con grupos de ahora como Trans Am, por el ritmo, The Black Angels o Wooden Shjips, que es mi banda actual favorita”, apuntilla Raúl Gómez “Rulo” (batería, theremin, sampler, efectos y voces).

Caos controlado. O, mejor, libertad vigilada siempre bajo el ángulo de tiro de la Luger, una pistola patentada el año que Cuba puso en su sitio a España y que fue utilizada por el ejército prusiano en la Primera Guerra Mundial. La Alemania nazi la popularizó. Ahora, sin Diego Veiga, la parafernalia militar ha dejado de tener protagonismo. Lo que se mantiene es esa unidad de ritmo, un patrón de batería o una línea de bajo, germen de todo tema del grupo. “Casi nunca trabajamos sobre ‘riffs’ de guitarra”, lo que no evitó que alguien muy acostumbrado a ellos cayera en sus redes. Mario Zamora (órgano, sintetizadores y voces) recuerda la anécdota. “Estaba en un concierto del festival Monkey Week del año pasado, en el Puerto de Santa María, cuando un señor vino por detrás y me dio un golpecito en la espalda. Me dijo que nos había visto en directo, que le habíamos gustado mucho y que al día siguiente iba mezclar nuestro disco” –“Lüger” (Giradiscos, 2010)–. Era John Agnello, figura omnipresente del indie rock norteamericano de los noventa, colega de Paco Loco y, a sus 50 años, aún con olfato para saber cuándo el rock lleva una dosis de azufre.

Lüger rellenan un hueco poco o mal cubierto en el rock nacional. La página que coordina Julian Cope (‘Head Heritage’) ya les ha tenido en cuenta y otra web de referencia como es ‘Forced Exposure’ destaca el carácter más contemporáneo que vintage del propio grupo. Eviten las connotaciones cool: los cinco se sienten más a gusto entre botellines de cerveza y torreznos. Y con un instrumento en las manos, claro está. Las jornadas en el local de ensayo se vuelven una aventura. “A veces las canciones entran al local de una manera y salen más tarde totalmente transformadas”. Si llegan dos de los componentes del quinteto al estudio antes que los demás, no esperan por cortesía. Empiezan a tocar. Y si le ven chicha no paran cuando llega el resto, sino que les animan a que sigan por encima. La música surge a bote pronto. “No nos gusta hablar de nuestra propia música, pero a veces es mejor montarte tu propia etiqueta a que te hundan con una que nada tiene que ver”. La prensa no lo va a tener fácil con ellos. Porque no resulta cómodo ponerle un nombre adecuado a ese desfile de robots descontrolados que podemos imaginar mientras suena “Swastika Sweetheart”. Más claro parece citarnos en los pastos más tranquilos del rock cósmico para reconocer esa lírica contaminada que ni termina de descomponerse ni de alzarse al recurso de la épica, que seguro que ni les va ni les viene (“Die sonne muss untergehen!”). O podemos seguir buscando esos hilos casi secretos que unen las escenas musicales a través del tiempo y el espacio, como nos contaba Lopin. La recompensa está garantizada.

Mientras, para ir allanando el terreno, uno ya está pensando en patentar las bases de un nuevo ritmo: el stoner motorik. Por cortesía de Neu! Of The Stone Age. Perdón, Lüger. 


sábado, 26 de mayo de 2012

LA JETÉE (El muelle) por Chris Marker

Este mediometraje, que pasa por ser una de las obras maestras del cine de ciencia ficción francés, tiene como principal característica que está hecho a base de fotos fijas. De hecho, en el caso de La jetée se suele hablar photo-roman (fotonovela) más que de película. Esta peculiar obra del esquivo Chris  Marker nos propone un viaje por el tiempo para intentar escapar a nuestro destino.



Ficha técnica:
La Jetée (El muelle). (Francia, 1962) [B/N, 28 m.].
Dirección y Guión: Chris Marker. Fotografía: Jean Chiabaut, Chris Marker. Montaje: Jean Ravel. Productora: Argos Films. IMDb 
Reparto: Jean Négroni (narrador), Hélène Chatelain (The Woman), Davos Hanich (The Man), Jacques Ledoux (The Experimenter)



miércoles, 23 de mayo de 2012

78 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE ROBERT MOOG, CREADOR DE LOS SINTETIZADORES MOOG

[Hoy se cumple el 78 aniversario del nacimiento de Robert Moog inventor de los sintetizadores Moog y un pionero de la música electrónica norteamericana. Y para conmemorar este aniversario a continuación reproduzco una entrevista que concedió este precursor de los sonidos electrónicos antes de morir en 2005.]

Mr. Moog

ENTREVISTA A ROBERT MOOG, CREADOR DE LOS SINTETIZADORES MOOG
por Jorge Munnshe
www.amazings.com


A mediados de los años sesenta, en Estados Unidos, Robert Moog, ingeniero electrónico con formación musical, construyó el primer sintetizador controlado por tensión. De inmediato despertó el interés de la comunidad científica. Y también el de la musical.

Moog no tardó en recibir pedidos de músicos que sentían la necesidad de hacer cosas nuevas. Construyó unidades de encargo para cada uno de ellos. Algunos de sus primeros clientes fueron Wendy Carlos, Eric Siday, y Keith Emerson. Carlos utilizó el sintetizador para interpretar de manera magistral los Conciertos de Brandenburgo de J.S. Bach, demostrando que los instrumentos electrónicos no tenían por qué ser cachivaches de feria de los que arrancar efectos especiales sonoros para rayos disparados por invasores marcianos y cosas así, sino que podían ser instrumentos musicales de pleno derecho, con una calidez y una expresividad capaces de competir con las de los instrumentos acústicos. Siday grabó con el sintetizador sintonías para spots publicitarios, dando el primer paso en el camino hoy ampliamente concurrido de la música electrónica para sintonías televisivas. Emerson utilizó por vez primera el sintetizador en directo, demostrando que no se trataba de una máquina de laboratorio, sino de un instrumento con todos sus atributos, con el que poder tocar en vivo.

¿En qué está trabajando actualmente? ¿Puede hablarnos de sus actividades recientes y de sus planes futuros a corto plazo?

“El último desarrollo de Big Briar es nuestro Theremin Ethervox MIDI. Estamos comenzando a fabricarlos ahora, pero todavía nos falta trabajo por hacer, básicamente hemos de cuidar una serie de detalles finales de ingeniería”.

“Nuestro próximo proyecto importante es diseñar una nueva versión del Minimoog clásico. Esta tendrá todas las propiedades sonoras y funciones del clásico Minimoog Model D (el instrumento que mi antigua compañía produjo desde 1970 a 1982), más algunas nuevas características que los músicos han estado pidiendo. Este nuevo instrumento nuestro llevará la marca MOOG”.

¿Es la colaboración con músicos una buena ayuda para dirigir su investigación hacia el mejor camino? ¿Le fueron útiles las opiniones de músicos sobre sus primeros sintetizadores cuando los estaba desarrollando?

“He colaborado con músicos desde que empecé a diseñar sintetizadores en 1964. Todas las grandes ideas me han llegado a través de la colaboración con músicos. Cuando mi equipo y yo desarrollábamos módulos de sintetizador a mediados de los años sesenta, los músicos siempre nos proporcionaban grandes ideas para mejorarlos, y teníamos por norma escuchar sus comentarios”.

Aparte de en la industria musical, ¿ha trabajado en otros sectores tecnológicos?

“Excepto por algunos trabajos veraniegos que desempeñé en el sector de la electrónica general, he dedicado mi vida laboral entera a diseñar y construir instrumentos musicales electrónicos”.

“Bueno, hay cosas que los sintetizadores digitales pueden hacer mejor que los analógicos, y hay cosas que los analógicos pueden hacer mejor que los digitales. Es posible hacer un modelo digital de un circuito analógico “ideal”, pero seguirá sonando digital ya que carecerá del rasgo tan típicamente analógico que es la calidez y la riqueza de sonido que vienen determinadas por las pequeñas variaciones técnicas e imperfecciones que tienen los circuitos analógicos. Los instrumentos digitales son excelentes para muchas cosas, como por ejemplo el muestreado, la programación, la precisión, y además tienen un precio relativamente bajo. Pero, por decirlo de algún modo, creo que la diferencia entre ambos es parecida, por ejemplo, a la que hay entre una guitarra de plástico y otra de madera”.


Laetitia Sadier de Stereolab tocando 
un sintetizador Moog

¿Puede relatarnos alguna anécdota divertida o algún acontecimiento que recuerde de modo especial, relativo a su contacto con los músicos que han usado sus sintetizadores?

“Recuerdo la primera vez que mostramos nuestros sintetizadores modulares Moog en la Costa Oeste. Eso fue en 1967, un año antes de que Switched-on Bach fuese publicado. Habíamos vendido algunos sistemas modulares a músicos de la Costa Este, pero en la escena musical de Los Angeles no nos conocían demasiado. En la convención de 1967 de la Audio Engineering Society, en Los Angeles, expusimos un gran sintetizador modular. Los músicos que lo vieron el primer día, corrieron la voz entre sus amigos, y los siguientes dos o tres días, estuvimos increiblemente ocupados atendiendo a músicos interesados, y vendiendo algunos sintetizadores que fueron más tarde usados en todo tipo de films de Hollywood y en música Pop / comercial de la Costa Oeste."

“Una noche, durante esa convención de la AES, mi amigo Paul Beaver, que era en aquellos momentos un gurú de los instrumentos electrónicos en Los Angeles, sacó nuestro sintetizador modular de la exposición y lo introdujo en un estudio de grabación donde él y otros preparaban los temas de un álbum titulado Zodiac Cosmic Sounds. Paul grabó espectaculares sonidos analógicos, graves e hinchados, para el álbum. Uno de estos sonidos fue utilizado como inicio del disco. Hasta donde yo sé, ese fue el primer uso de un sistema modular Moog en una grabación Pop de la Costa Oeste”.

¿Cómo decidió montar theremines cuando contaba con unos dieciséis años de edad?

“Desde que tenía poco más de diez años, construir instrumentos musicales electrónicos simples era my hobby. En 1949, ví un artículo sobre cómo construir un theremin en la revista Radio and TV News. Monté mi primer theremin a partir de las instrucciones en ese artículo. Tenía quince años en ese momento”.

 ¿Ha tenido Leon Theremin (Lev Termen) una influencia importante en su carrera dentro de la tecnología musical? ¿Puede hablarnos de su relación con él y sus colaboradores?

“Conocía muy poco sobre Theremin cuando empecé. Ten en cuenta que por aquel entonces la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba en sus momentos de máxima tensión, y por eso era en extremo difícil para cualquiera de mi país obtener información sobre personas como Theremin. Poco a poco, fuí aprendiendo cosas sobre él. Una vez, corriendo los años cincuenta, conseguí un esquema del modelo “original” del theremin de la RCA, y lo estudié con la máxima atención. Entonces fue cuando empecé a comprender de verdad la gran envergadura del genio de Theremin”.

“Entré en contacto con Clara Rockmore a principios de los años sesenta, y ya en los setenta me hice buen amigo de ella y su familia. Clara fue una protegida de Theremin, y una amiga muy íntima de él durante los años treinta, de modo que a través de ella aprendí muchas cosas de la vida y el trabajo de Theremin”.

“Finalmente, acabé por reunirme con Theremin en Bourges, Francia, en 1989, y otra vez en este país en 1992. Por entonces, la Guerra Fría había terminado, haciendo posible para Theremin reestablecer el contacto con sus amigos y colegas del otro lado del Telón de Acero. En el tiempo que entonces pasé junto a él, aprendí mucho sobre lo que él había hecho, y supe del gran alcance que su influencia había tenido en el desarrollo de la tecnología de los instrumentos musicales electrónicos”.

¿Cómo decidió volver a fabricar theremines después de su trabajo haciendo sintetizadores Moog?

“En realidad, nunca dejé totalmente de fabricar theremines. Empecé a producirlos con fines comerciales en 1954. Después de 1964, mi compañía estaba muy ocupada haciendo sintetizadores, y el público se olvidó del theremin por un tiempo, de modo que hice muy pocos theremines entre 1965 y 1978. Desde 1978 hasta, más o menos, 1990, hubo muy poco interés por el theremin, aunque hice varios de encargo. En 1991, la atención hacia el theremin volvió a resurgir, de manera que preparé un nuevo diseño, el de la gama Big Briar Series 91. En 1996, publiqué un artículo sobre cómo construir un theremin en la revista Electronic Musician, y éste se convirtió en la base para nuestro popular theremin Etherwave”.

¿Piensa que su trabajo creando sintetizadores y nuevos modelos de theremines es no sólo una actividad técnica sino también artística?

“Ciertamente es más que una actividad técnica. Pero yo no lo llamaría una actividad artística. Los diseñadores de sintetizadores somos fabricantes de herramientas. Aunque fabricar herramientas complejas es una tarea que requiere a menudo un trabajo de artesanía. Yo diría más bien que somos artesanos, en vez de artistas”.

¿Ha sido músico profesional? ¿Ha compuesto música? ¿Cómo cree que habría sido su vida si hubiese escogido trabajar como músico en vez de como inventor de instrumentos musicales electrónicos?

“He estudiado música, sobre todo lo hice de niño, ya que mi madre deseaba que lo hiciese. También toqué el piano en un cuarteto de música de baile durante los años cincuenta; aunque eramos bien malos. Realmente no creo que hubiese podido tener una vida como músico. Eso no me va. Diseñar aparatos electrónicos es lo que me seduce”.


lunes, 21 de mayo de 2012

NEW YORK por Carlos Oquendo de Amat

[Figura casi mítica de la literatura peruana contemporánea, es el autor de Cinco metros de poemas. Oquendo de Amat fue casi un mito por varias razones: desapareció sin dejar rastro por un buen tiempo, murió joven en la exaltación revolucionaria de la Guerra Civil española y escribió un sólo libro memorable: Cinco metros de poemas (Lima, 1927). Recientes investigaciones han echado luz sobre la misteriosa y brevísima vida del poeta, que puede considerarse la expresión más pura e intensa del vanguardismo peruano de la década de 1920. Entre los 17 y los 23 años de edad, el autor, nacido en la remota región andina de Puno, escribió un puñado de poemas que publicó en revistas, además de los 18 textos que recogió en el mencionado libro; eso es todo lo que nos queda de él. Cinco metros de poemas no tiene páginas; en realidad es un plegable, un acordeón que, extendido, alcanza los cinco metros de los que habla el título. Aunque con propósitos distintos, es un lejano antecedente de Blanco del mexicano Octavio Paz. Todos los signos de la primera vanguardia están presentes: completa libertad para crear un mundo imaginario, juegos tipográficos y visuales, dinamismo, humor, erotismo. Las notas ultraístas y creacionistas dominan, pero también ofrece tenues espejeos del onirismo surrealista y vagas sugerencias de cinetismo; incluso hay toques indigenistas, como en el poema Aldeana. La anécdota ha desaparecido por completo; el lenguaje es transparente y delicado; las imágenes aletean y vibran como cuerpos volátiles en un espacio encantado, a medias entre el sueño y la vigilia. La limpidez casi líquida de estos versos y su temblor emocional se han mantenido intactos hasta hoy.]



(Hacer clic en las fotos para ampliar)



jueves, 17 de mayo de 2012

KRAFTWERK: LAS MADRES DEL CORDERO

Gernot Dudda
efe eme, 23/12/2009

Probablemente nunca antes ni después de Kraftwerk ha existido un grupo capaz de desarrollar elocuentes conceptos sonoros y gráficos, siempre en paralelo a la creación musical, y no necesitar apenas palabras para explicarlo. Se crearon a sí mismos. Ellos inventaron el lenguaje. Y su influencia es, si acaso, más demoledora que la de Elvis Presley o los Beatles. Levantaron toda la infraestructura viaria, ferroviaria y cibernética necesaria para que con el tiempo los músicos sólo tuvieran que coger el coche para comprar el pan. Ahora sufrimos colapsos viarios, pero en su momento aún había que convencer a la gente de que las máquinas bien podían ser la fuerza responsable de una pieza musical. Y fueron estos teutones de aburridas vidas privadas pero fascinantes ideas musicales quienes se encargaron de lograrlo. La reedición en este momento de ocho de sus mejores trabajos, convenientemente remasterizados, es una oportunidad única para recordar nuevamente su importantísimo calado.




El entorno

A pesar de su mitificado aislamiento, Kraftwerk no habían caído a la Tierra desde el espacio. Tanto Ralf Hütter como Florian Schneider-Esleben provenían de familias bien acomodadas que les dieron la educación y conocimientos necesarios para mantener con clase su reputado refinamiento. Y aunque no se puedan citar exclusivamente como influencias, es cierto que en sus casas se podía escuchar tanto a Pink Floyd como a los minimalistas franceses (Pierre Henry), los contemporáneos alemanes (Stockhausen) o el jazz más vanguardista (Miles Davis, John Coltrane). A finales de los 60, con la irrupción de las comunas musicales de la época (Can, Amon Düül, Faust), Kraftwerk supieron mantenerse al margen argumentando que su música tenía una base más industrial y menos progresiva y que, sobre todo, era mucho más “alemana” que la de los tributarios de mayo del 68. Fue así como se construyeron su primera burbuja, que habría de salvaguardarles incluso años más tarde, en 1977, cuando el mundo sólo hablaba de punk. Su primer trabajo nuevo por aquel entonces (“Trans Europe Express”) era deliberadamente “demodé” para las enérgicas pretensiones del punk, movimiento hacia el que Kraftwerk sin embargo profesaron grandes simpatías. No es el caso de la llamada “onda fría” británica. Sintiendo que en los 80 una nueva generación andaba pisándoles los talones (Cabaret Voltaire, The Human League, Orchestral Manoeuvres in The Dark, Depeche Mode) y que en el número sólo podía haber confusión, Kraftwerk optaron por replegarse sabiamente a su laboratorio e incluso abortaron en 1983 la prevista aparición de un álbum que habría de llamarse “Techno pop”. Un repliegue que en cierta manera aún persiste hoy en día.

El búnker

“We play the studio”. ¿O es el estudio el que les toca a ellos? Siempre jugaron con esta doble posibilidad. Todo su mundo se concentraba en un modesto edificio de apenas 60 metros cuadrados, próximo a la estación central de Düsseldorf, cuya ubicación es desconocida para cualquier mortal ajeno al grupo. Sólo unos pocos allegados han cruzado sus muros. Nunca tuvo fax, teléfono, buzón ni timbre, y funciona simultáneamente como lugar de trabajo y de ocio. La existencia del estudio es incluso anterior a la del propio grupo como tal. Ellos lo consideran una especie de placenta materna de la que surgió todo y que no tuvo sin embargo nombre hasta 1974: Kling Klang. En sus comienzos industriales, el estudio funcionaba como filtro de las muestras sonoras que circundaban su entorno. A medida que el sonido de Kraftwerk fue evolucionando, el estudio se convirtió en una especie de laboratorio que fue asumiendo flexiblemente cada cambio tecnológico. En el fondo querían transmitir la idea de que Kraftwerk operaban más como científicos u obreros que como músicos o artistas. Su evolución como grupo sería impensable si hubieran tenido que componer o grabar sus discos en un estudio convencional, con el taxímetro corriendo implacablemente.

Imagen corporativa

Siempre fueron cuatro. O casi siempre. Pero el núcleo de Kraftwerk, y por tanto la autoría de todas las ideas, estaba formado por Ralf y Florian. A los dos siempre les atrajo la imagen seria de los cuartetos de cuerda y, como tal, pretendieron que Kraftwerk fueran también algo así –Alexander Balanescu les daría la razón en 1992 al dedicar casi enteramente su álbum “Possessed” al repertorio de Kraftwerk–. Era una manera de distanciarse de la imagen de cualquier otro grupo de rock o pop de la época. La incorporación en 1974 de Wolfgang Flur y en 1975 de Karl Bartos –sus dos componentes más estables– estuvo motivada por la intención de aumentar el carácter percusivo de la banda. Y cuatro es un número perfecto para parecer una empresa, una corporación industrial, más que una banda de rock. No hay mas que echar un vistazo a la portada del álbum “The man machine”. Por eso nunca hablaban de sus vidas privadas, en favor de esta imagen global y compacta que les confería ese carácter de disciplinados robots que nunca se emborrachaban y en cuyo “backstage” no hay ni chicas ni drogas sino un laboratorio con todos los técnicos usando guantes blancos.

Tecnología

Su razón de ser y su afán de superación siempre estuvieron vinculados a la tecnología. Pero nunca dejaron sus piezas sin un trasfondo lírico y poético irreprochables, como su propia producción se ha encargado de demostrar. Paradójicamente, no compraron su primer sintetizador importante –el Mini Moog– hasta 1974, cuando todo el kraut rock de la época –Tangerine Dream, Popol Vuh, Ash Ra Tempel– ya lo utilizaba. Kraftwerk, sin embargo, llevaron rápidamente la herramienta a su propio terreno con resultados envidiables. Con el tiempo, una vez alcanzado el cénit en cuanto a producción musical, se impuso la correspondiente actualización escenográfica. Y es ahí donde entran en juego los robots. La obsesión del grupo es conseguir que un día éstos sean autosuficientes y puedan comparecer en directo por sí mismos. Entonces la tecnología no era ni mucho menos barata. Quizá por ello, hace tan sólo veinte años apenas se podía contar con una referencia por país capaz de mantener el tirón de Kraftwerk. Japón tenía a la Yellow Magic Orchestra, Bélgica a Telex, Francia a Jean Michel Jarre, Suiza a Yello (y nosotros a Azul y Negro). Pero justamente es en la tecnología donde Kraftwerk han encontrado la horma de su zapato. Mientras ellos –y pocos más– fueran capaces de asumir cada vuelta de tuerca de la escalada tecnológica, todo iba bien. El problema es que en pleno siglo XXI la tecnología se ha desmandado y la tuerca ya no tiene rosca. Competir con esto es posible que no entrara en sus planes.

Technopop

Fueron los primeros en hacer una perfecta canción de pop con sintetizadores (‘Autobahn’, 1974). Y aunque se les adelantaron Hot Butter con su llenapistas de 1972, ‘Popcorn’, sólo hace falta ver dónde están ahora Hot Butter y dónde Kraftwerk. De alguna manera, Ralf y Florian sabían que era el camino del pop el que habría de distinguirles del resto de la escena. Su arte podía ser tan masivo y popular como los famosos escarabajos de Volkswagen. La tecnología, y su exquisitez y preparación musicales, hicieron el resto. Pero no fue hasta que no integraron la voz humana en sus piezas cuando empezaron a conseguir los primeros resultados. El éxito les dio también independencia económica suficiente para mantener su carrera dentro de una necesaria libertad de movimientos. Y por eso fue que muchísimo antes que otros, Kraftwerk firmaron uno tras otro esos temas de technopop por los que serían reconocidos: ‘Autobahn’, ‘Radioactivity’, ‘Airwaves’, ‘Antenna’, ‘Showroom dummies’, ‘The robots’, ‘The model’, ‘Computer love’… Daba igual que Ralf o Florian los cantaran con verdadera desafectación. Nadie propondría hacerlo mejor.

Vida social

Los chicos desprendían glamour. Aunque siempre se hayan presentado como un grupo calculador, frío y distante, lo cierto es que su vida social fue muy intensa. Por lo menos hasta entrados los años 80. Al principio frecuentaron los ambientes universitarios de Düsseldorf y su entorno, participando activamente en fiestas, “performances” y galerías de arte. Se codearon con músicos cercanos, como Can o Neu!, pero siempre dejando claro que lo suyo iba por otros derroteros. El éxito americano con “Autobahn” (1974) les puso a tiro de piedra del entorno de David Bowie, con el que nunca colaborarían, a pesar de la insistencia de éste. Se sabe que Bowie estuvo en Kling Klang, que compartió charlas de café hablando de arte, filosofía, política y derechos humanos, pero no logró grabar nada con ellos. Éstos nunca le dijeron que no, simplemente no le contestaron. Pero nunca faltaron a sus fiestas. Bastaba la aparición de Ralf y Florian en alguna para que la camarilla de Bowie les dedicara cinco intensos minutos de ovación. “Oh, mírales”, decía Bowie, “¿no resultan fantásticos?”. Debían de causar el mismo efecto que el vaquero de la película “Midnight cowboy” en plena fiesta psicodélica. En el fondo a quien frecuentaban era a la amiga china de Bowie. Sí, a Kuelan, la misma que Iggy Pop y él inmortalizaran en la canción “China girl”.

Rock and roll

En contra de lo que siempre se ha pensado, la música que realmente les gustaba era el rock. Admiraban la perfección en estudio de los Beach Boys y, de hecho, la primera vez que viajaron a Los Ángeles, no dejaron de ir a un concierto suyo. No en vano, también se les conoce como “los Beach Boys de la cuenca del Ruhr”. Un buen guiño a los chicos de la playa se puede encontrar en la propia ‘Autobahn’: “Wir fah’rn, fah’rn, fah’rn auf der autobahn”, dice la letra. Pero realmente parece decir “Fun, fun, fun”, como en una de sus canciones más míticas. Otros grandes favoritos suyos son los Stooges de Iggy Pop, Lou Reed y MC 5. Disfrutaban con su energía y con su forma de distorsionar las guitarras. Y por supuesto sin olvidarnos de los Ramones. ¿Acaso no es ramoniana la portada original de “Trans Europe Express”, con los cuatro rostros en primer plano? ¿No encajaba con su peculiar corporativismo que todos los miembros de la banda vistieran igual y se apellidaran igual? Muchas de sus canciones empezaban con un “ein, zwei, drei, vier”, al modo del “one, two, three, four” ramoniano. Demasiadas casualidades.




Futurismo romántico

Uno de los trucos más normales y efectivos de su carrera ha sido jugar simultáneamente con términos aparentemente contradictorios como “modernidad” y “nostalgia”. Acompañaron la novedad de sus ideas musicales con el romanticismo de imágenes, fotos y diseños industriales propios de otras épocas, empujando al oyente hacia dos direcciones distintas. Esto se puede comprobar especialmente en los audiovisuales que el grupo prepara para sus directos, con imágenes de autopistas, trenes, transistores y ciclistas de otras décadas. La portada de “Radioactivity” contenía una radio antigua, en “Trans Europe Express” se hablaba del extinto TEE, y en “Tour de France” las hazañas no eran las de Hinault, Induráin o Armstrong, sino las de Bahamontes, Anquetil o Mercks. Kraftwerk compartían con Andy Warhol esa pasión por conferir a un simple objeto cotidiano y banal un carácter simbólico y extraordinario. Lo que en Warhol era la serialización de Marilyn Monroe o la sopa Campbell, en Kraftwerk podía ser su famoso cono pintado en colores diferentes en sus dos primeros discos. Kraftwerk también era un grupo que se podía pasar mucho tiempo pensando en las portadas y títulos de sus discos.

Energía cinética

No es de extrañar que la mayoría de sus conceptos estén basados en conceptos dinámicos. El movimiento siempre fue una de sus grandes obsesiones, pero el movimiento asociado a conceptos gráficos cargados de épica o nostalgia. Los casi veintitrés minutos de ‘Autobahn’ fueron concebidos en el asiento de atrás de un Volkswagen que cubría la distancia Düsseldorf-Duisburg. Hasta David Bowie les hizo saber lo efectivo que resultaba escuchar la pieza mientras conducía por la red viaria más grande del mundo. Lo de los trenes fue más bien consecuencia de su propio “voyeurismo”. Un “voyeurismo” ferroviario y cosmopolita que les hacía coger el TEE sólo para tomar una taza de café en Viena o salir de compras por los Campos Elíseos de París. Para integrar cualquier cosa en sus obras, Kraftwerk era desde luego un grupo con mucho tiempo libre (y dinero). Lo de las bicis era ya una obsesión particular del propio Ralf Hütter, dueño de varios modelos distintos de bicicletas y veterano suscriptor de la revista “L’Equipe”. Como parte de la disciplina colectiva diaria, y antes de entrar en el estudio, los componentes de Kraftwerk estaban obligados a recorrer 60 kilómetros diarios en bicicleta, rigurosamente vestidos de negro (uniforme oficial). El abuso ciclista, unido al desproporcionado consumo de café, le jugaron una mala pasada a Ralf Hütter, que tuvo que pasar mucho tiempo convaleciente a causa de una caída.

Humor

A pesar de la disciplina, la solemnidad y el corporativismo, no eran pocas las ocasiones en que el humor se colaba dentro de sus piezas. En ‘Radioactivity’ ironizan sobre los efectos de la energía nuclear: “Está en el aire, para ti y para mí”, se puede escuchar. La coda final con la que se cierra el álbum se llama ‘Ohm sweet ohm’, un juego de palabras (hogar dulce hogar) sobre la tranquila “hora después” que sigue a la hecatombe nuclear. En ‘Trans Europe Express’ integran en la canción a David Bowie y a Iggy Pop, en pleno viaje ferroviario a Düsseldorf para visitar su estudio. Pero también Franz Schubert estuvo en Kling Klang, a juzgar por la cita que se hace de él en el tema dedicado al compositor alemán. Un humor evidente que también puede llegar a extenderse al mismísimo telón musical de sus piezas, con detalles a menudo sólo perceptibles por el propio grupo o sus colaboradores, capaces de contar con todos los códigos necesarios para interpretar estos guiños.

Black Power

Kraftwerk ejercieron una inesperada influencia sobre la música de color. El primer toque se lo dio en 1978 uno de los técnicos (negros) llegados desde Los Ángeles al frío Düsseldorf para colaborar en las labores de mezcla del álbum “The man machine”. Leanard Jackson no sabía quiénes eran Kraftwerk, pero en cuanto escuchó las cintas del álbum dedujo que se trataba de músicos de color. No otros podían haber sido los creadores de semejantes bases rítmicas. Cuatro años más tarde, Afrika Bambaataa & The Soul Sonic Force ya estaban sampleando la melodía del célebre ‘Trans Europe Express’ (sobre el patrón rítmico de ‘Numbers’) en su no menos célebre ‘Planet rock’. El causante de semejante cruce fue Arthur Baker, un productor neoyorquino enamorado del technopop que llegaba de Europa y que supo integrarse en la escena del hip-hop. Desde ese momento, sintetizadores, cajas de ritmo y secuenciadores pasaron a ser los instrumentos necesarios para la expresión musical del gueto. Había nacido el electro. Luego vendría Detroit, el house, el acid house… De repente, estos cuatro esquivos teutones de mediana edad se encontraron en el epicentro de un nuevo fenómeno musical. Un fenómeno igualmente fascinante para sus abogados. Ningún músico del gueto pensó que alguien de Alemania podría sentirse molesto por ver usado su material en una pieza. Así que empezó el baile… de demandas.

El directo

La evolución de Kraftwerk como grupo se puede medir perfectamente a través de sus directos. En su época industrial, sus conciertos no eran esas interminables “performances” de sus compañeros de generación, pero sí había espacio para una cierta improvisación dentro de la estructura musical creada en el propio estudio. Incluso hasta bien mediada la década de los 70, el público se extrañaba de lo diferente que podían sonar en directo respecto de las mismas interpretaciones registradas en sus discos. O incluso de un concierto a otro. Era muy difícil montar una gira con todos estos aparatos. Las diferencias de voltaje de un país a otro alteraban el tempo de sus canciones y a veces había que encender un sintetizador a las doce de la mañana para que tuviera la temperatura correcta a la hora del concierto. Hoy en día no existen apenas desviaciones sonoras entre el estudio y el directo. También es cierto que ellos ya no hacen giras como tales –la última de ellas es de 2004–, sino que se limitan a participar en aquellos eventos que les resultan más interesantes, como el Tribal Gathering de 1997, el Sónar de 1998 o el parisino Cité de la Musique de octubre de 2002. Nunca telonearon a nadie ni dejaron que otros lo hicieran. Y si en su día le dijeron a Bowie que no, es normal pensar que no van a hacer ya ninguna excepción con nadie. Su última imagen en directo no puede ser más austera ni fascinante: cuatro inmóviles siluetas apostadas tras cuatro únicos ordenadores portátiles. PC, por supuesto. El Mac es para minorías más selectas y ellos siempre estuvieron por motivos mucho más democratizadores. No necesitan moverse porque para eso ya tienen a sus robots y una impactante pantalla gigante sobre la que proyectan todo su arsenal de imágenes.




DISCOGRAFÍA DE KRAFTWERK
“Tone float (Organisation)”
(1970)
Aunque están presentes Hütter y Schneider, no se puede considerar un trabajo de Kraftwerk como tal. Lejos de llevar una estructura organizada (ritmo, melodía), los cinco temas incluidos son una caótica y ruidosa demostración de minimalismo e improvisaciones sin mucho interés orgánico. Sólo apto para muy iniciados.

“Kraftwerk”
(1971)
Tras la primera decepción, Hütter y Schneider se concentran en el trabajo de estudio, eliminan toda forma de improvisación e ingenian maravillosos sonidos a partir de su origen industrial, dividiendo el álbum en piezas concretas y reconocibles. Extraordinario el trabajo del malogrado Conny Plank organizando todo el proceso.

“Kraftwerk 2″
(1972)
Nueva decepción, con tan sólo una pieza apta para el recuerdo, la sin embargo excepcional ‘Klingklang’, que en el futuro habría de dar nombre a su propio estudio. Conducida casi enteramente por una caja de ritmos, destacan aquí los arpegios de flauta de Schneider. La cara B del álbum es, a pesar de su carácter ambiental, mucho más floja.
-

“Ralf und Florian”
(1973)
A pesar de que forma parte de la trilogía inicial repudiada por ellos, es uno de los trabajos más bellos y consistentes de Kraftwerk. Sus sonidos son más nítidos, sus atmósferas más placenteras y lejos de yuxtaponer la parte industrial a la musical, la integran plenamente en sus piezas. En ‘Tanzmusik’ ya piensan en un futuro musical bailable.

“Autobahn”
(1974)
Un homenaje al elemento más cotidiano de su país: las autopistas. Y de puro exotismo, caló de lleno en EE.UU., convirtiéndose en su primer éxito mundial. Bastó incorporar el Mini Moog y la voz humana. Una voz humana tratada electrónicamente como un instrumento más sobre una melodía muy pegadiza. El principio del futuro. Actualmente remasterizado.

“Radioactivity”
(1975)
Otro trabajo único que sin embargo sólo tuvo buena acogida en Francia. Si en “Autobahn” sólo había un tema pop, aquí hay al menos cuatro o cinco, y con un halo romántico jamás cultivado antes por nadie en piezas como ‘Radioactivity’ o ‘Radioland’. Doble concepto: la radiactividad podía ser nuclear, pero también radiofónica. Actualmente remasterizado.

“Trans Europe express”
(1977)
Paradójico que siendo el único disco mezclado en EE.UU., sea también el más genuinamente europeo. La patria chica de los Beach Boys no pudo con la morriña ferroviaria de Kraftwerk, que se apartan de las incursiones sonoras en favor de la melodía y la composición. Han completado su transformación como banda de pop electrónico. Actualmente remasterizado.

“The man machine”
(1978)
Perfecta combinación de ritmos electrónicos y melodías precisas. Ya se puede empezar a hablar de una sensualidad robótica y un corazón electrónico. Sexy y dinámico a más no poder, Kraftwerk logran el trabajo más representativo de su eficacia sonora y musical. Un clásico comparable al “Sgt. Peppers” de los Beatles o el “Pet sounds” de Beach Boys. Actualmente remasterizado.

“Computer world”
(1981)
En plena fiebre británica por la “onda fría”, Kraftwerk se ponen en todos los sentidos muy por delante de la competencia. Tuvieron también la fortuna de tratar un concepto aún utópico para el ciudadano de a pie, no así para las grandes corporaciones: el uso de ordenadores. Con tan novedosos patrones rítmicos, la comunidad negra se puso las botas. Actualmente remasterizado.

“Tour de France”
(1983)
Un único maxisingle con tres versiones diferentes del mismo tema, lanzado como avanzadilla de un álbum que se hacía de rogar. Como anécdota, decir que es la primera vez que usaban un bajo eléctrico. Llegó tarde para ser sintonía del Tour, aunque el grupo la rescataría años más tarde en una nueva versión para celebrar el centenario de la prueba.

“Electric cafe” (reeditado como “Techno pop”)
(1986)
Parte de ese famoso “Techno pop” que tendría que haber salido en 1983. Kraftwerk encuentran en Kubrick un motivo de nostalgia coherente con su concepto de futuro. A pesar de cierto declive, su “synthetic sound” se mantiene intacto para el baile. Otra curiosidad: la versión española del álbum incluye “Sex object” en castellano. Actualmente remasterizado con el primitivo título de “Techno pop”. Se prescinde de la versión larga de la insípida ‘The telephone call’ (que se ofrece en versión corta), pero a cambio se incluye la vibrante ‘House phone’, originalmente incluida como cara B del maxi de ‘The telephone call’. Es la reedición que más cambios ha sufrido respecto de su primera edición.

“The mix”
(1991)
Con la excusa de actualizar todo su estudio en formato digital, Kraftwerk empiezan a escabullirse de la obligación moral de ofrecer nuevo material. Re-nacen así nuevas versiones más dinámicas y bailables de sus clásicos sonoros, que en lo que ganan es sobre todo en nuevos “bleeps”. Si se quiere, vale como (muy buen) recopilatorio de su trayectoria.

“Expo 2000″
(2000)
Perdida toda esperanza de encontrar a Kraftwerk con vida (su material nuevo comenzaba a caer a cuentagotas), se descuelgan con un único tema nuevo (y varias remezclas), por encargo de la Expo alemana de Hannover. Su “synthetic sound” cobra aquí visos de grandiosa solemnidad gracias a su inteligente arpegio melódico, una brillante especialidad de la casa Schneider.

“Tour de France”
(2003) 
Si en 1983 se negaron a basar un álbum entero en el concepto ciclista, esta vez la cosa va de vitaminas, electrocardiogramas, aerodinamismo y contrarreloj. La relación hombre-máquina queda un tanto diluida por el entorno mediático del Tour, que encuentra momentos estelares en ‘Aerodynamik’, ‘Vitamin’, ‘La forme’ o las nuevas piezas que llevan por apellido ‘Tour de France’. Un excelente trabajo. Actualmente remasterizado (prescindiendo de la coletilla “Soundtracks” de su título).

“Minimum-maximum”
(2005)
Curioso que siendo un grupo de elocuentes conceptos gráficos y poderoso directo, nunca hayan tenido antes ni un DVD oficial ni un “live” oficial. Nunca es tarde si la dicha es buena, y aquí lo fue en la presentación oficial del álbum “Tour de France”, que les trajo nuevamente por España. Verles en directo con sus estáticas sombras en miniatura enfrentados a tan gigantesca pantalla de vídeo, desde luego era para enmudecer. Pero poderles meter en el salón de tu casa gracias al DVD, eso ya no tiene precio. Aunque no forma parte del lote de estas 8 reediciones remasterizadas, el disco está perfectamente disponible.


DIEZ DELICATESSEN. DIEZ CANCIONES DE KRAFTWERK QUE HAY QUE CONOCER
1. ‘Neon lights’ 
(“The man machine”, 1978)
2. ‘Europe endless’ 
(“Trans-Europe Express”, 1977)
3. ‘Radioactivity’ 
(“Radioactivity”, 1975)
4. ‘Autobahn’ 
(“Autobahn”, 1974)
5. ‘Trans-Europe Express’ 
(“Trans-Europe Express”, 1977)
6. ‘The robots’ 
(“The robots”, 1978)
7. ‘Numbers/Computer world 2′ 
(“Computer world”, 1981)
8. ‘The hall of mirrors’ 
(“Trans-Europe Express”, 1977)
9. ‘Radioland’ 
(“Radioactivity”, 1975)
10. ‘The man machine’ 
(“The man machine”, 1978)





domingo, 13 de mayo de 2012

SILENCIO por Eliodoro Puche


[Biografía de Eliodoro Puche aquí]


El camino nublado 
asciende hasta la cima 
del Sol. 
                  Mis pasos 
                  y el aroma 
                  de mis primaveras muertas.
El reloj 
(fuga de las horas 
que caen) 
                                          c 
                                          o 
                                         m 
                                          o 
                                          l 
                                          a                           
                                          p 
                                          l 
                                          o 
                                         m 
                                          a 
                                          d 
                                          a 
tiene el dedo en la boca.


"Reloj y botella de Jerez" de Juan Gris


miércoles, 9 de mayo de 2012

ESTACIÓN TERMINAL por Manuel Navarro Luna

[Manuel Navarro Luna (1894-1966). Poeta y periodista cubano, representativo del vanguardismo de la década de 1930. 

Manuel Navarro Luna nació el 29 de agosto de 1894 en Jovellanos, Matanzas. Su padre, capitán del ejército español, fue asesinado por sus compañeros de armas cuando descubrieron que el joven oficial abrazaba la causa de la independencia de Cuba, por lo que su madre, Martina Luna, se trasladó entonces a Manzanillo (Granma), con sus cinco hijos en busca de apoyo familiar. Navarro Luna, quien apenas tenía seis meses de edad, pasó allí su niñez y casi toda su vida. Estudió las primeras letras en una humilde escuelita de barrio fundada por su madre. A los trece años, comenzó a estudiar música y aprendió a tocar el violonchelo y el bombardino. Fue uno de los fundadores de la Banda Infantil de Música de Manzanillo y, más tarde, integrante de la Banda Municipal de la ciudad.

La precaria economía familiar le impidió continuar estudios, pero leyó y estudió intensamente, hasta convertirse en un verdadero autodidacta. Realizó los más disímiles trabajos, como limpiabotas, mozo de limpieza, barbero, sereno y buzo sin escafandra, para pescar piezas de cobre en el fondo de la bahía de Manzanillo que luego vendía en una fundición.

Desde muy joven, se involucró en las luchas obreras y fue encarcelado en varias ocasiones. 

En 1915, inició su labor poética reconocida cuando publicó sus primeros versos en las revistas manzanilleras Penachos y Orto. Su primer libro, Ritmos Dolientes, apareció en 1919. Fue director de La Defensa y La Montaña. Fundó, además, la Biblioteca Pública “José Martí” y una filial de la Asociación de la Prensa. En 1921, participó en la fundación del Grupo Literario de Manzanillo. En 1929, con gran esfuerzo personal, obtuvo el título de Procurador. Ese año ingresó en la organización antimperialista Defensa Obrera Internacional y, en 1930, en el Partido Comunista. 

Navarro Luna desplegó una amplia actividad política contra la dictadura de Gerardo Machado. Formó parte del Comité de Auxilio del Pueblo Español a raíz de la guerra civil. En 1940, tras la elección de Paquito Rosales como alcalde de Manzanillo (primer alcalde comunista en Cuba), trabajó en el Departamento de Cultura de la ciudad. En 1949, fue acusador en la causa contra el asesino del líder azucarero Jesús Menéndez y, ese mismo año, asistió al Congreso Continental por la Paz, celebrado en México.

Durante la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958), colaboró activamente con los grupos revolucionarios. A raíz de la caída del joven revolucionario Frank País, su poema “Santiago de Cuba”, que circulara en volantes mimeografiados por el oriente cubano, motivó la orden de persecución contra él y pasó a la clandestinidad.

Después del triunfo de la Revolución, se enroló en las Milicias Nacionales Revolucionarias y participó en la lucha contra bandidos en las montañas del Escambray y en la batalla de Playa Girón. Colaboró incansablemente en la prensa radial y escrita, y ofreció conferencias y recitales en unidades del ejército y la milicia. En 1962, viajó a la Unión Soviética como parte de la delegación cubana al Congreso Mundial por el Desarme y la Paz. 

Murió en La Habana el 15 de junio de 1966, próximo a cumplir los 72 años de edad.

Colaboró en Letras, Revista de Avance, social, Renacimiento, Hoy, bohemia, Verde Olivo, La Gaceta de Cuba y union-de-escritores-y-artistas-de-cuba-uneac. 

Fue íntimo amigo del poeta y ensayista Juan Marinello, con quien sostuvo una abundante correspondencia por más de 50 años, todavía inédita.

Manuel Navarro Luna es representativo del vanguardismo cubano de la década de 1930 y su obra se movió, inicialmente, en una de las tres direcciones principales (además de la poesía pura y la poesía negra) en que se expresaría este movimiento: la poesía social, junto a Nicolás Guillén y Regino Pedroso.

El vanguardismo se caracterizó por el abandono de los moldes estróficos, de rima y de medida; la disposición tipográfica alterada, y el papel preponderante de la metáfora. Reuniendo de modo sorpresivo entidades lógicamente irreconciliables, o usando con carácter inusitado diferentes partes de la oración, la vanguardia estableció una variedad considerable de metáforas de sello propio con las que se proponía expresar los nuevos y convulsos tiempos.

Navarro Luna fue el autor del libro más típicamente vanguardista de la poesía cubana: Surco (1928), tras el cual, a partir de Pulso y onda (1932), se movería decididamente hacia la poesía social. El verso, fuerte e impetuoso, y la ingenua audacia de las imágenes, revelan la presencia continuada del vanguardismo, en un libro que se sitúa ya en la dirección política y en el que sobresalen “Canción del niño negro y del niño blanco”, “Canción campesina para cantarla en la ciudad” y “Levanta los ojos…”, entre otros en los que Navarro denuncia injusticias e invoca un mundo mejor.

Su siguiente libro, La tierra herida (un largo poema en cuatro cantos) está también dentro de la dirección política de la poesía social. El tema del campesino pobre provoca la iracundia de los versos. Según Roberto Fernández Retamar, un aliento de raigal sinceridad da sentido al énfasis de estos cantos, salvados de la exclamación de la proclama por la libertad vanguardista en que se expresan.

En Poemas mambises, Navarro Luna no se aparta de la poesía social, pero se centra en temas históricos y exalta los héroes de la independencia de Cuba: Martí, Maceo, Masó. Con su acostumbrado aliento –afirma Retamar-, propicio para los grandes temas, alcanza una poesía civil de vigoroso tono, subrayado por la sinceridad que sentimos viva en el fondo de los amplios himnos.

En Doña Martina, se aparta de su poesía social para escribir una elegía, en décimas, a la muerte de su madre. Obra emocionada y en tono menor, mereció el elogio de José María Chacón y Calvo, quien le dedicó un penetrante comentario.

Con el triunfo de la Revolución Cubana, Navarro Luna se sumergió en las múltiples tareas, políticas y culturales, que demandaban los nuevos tiempos. En Odas mambisas (1926-1960) y Odas milicianas (1961-1962) están de nuevo la sinceridad y la fuerza de expresión clara y directa de su poesía, que se torna de buscada llaneza para dialogar con los obreros de las fábricas y con los campesinos, con los soldados y los milicianos, entre quienes, en numerosas ocasiones, leyó, vibrante, sus poemas.

Enrique José Varona escribió que la importancia de sus versos residía en el espíritu que los vivificaba. De Pulso y onda, dijo Rafael Alberti que lo ubicaba en el meridiano de su tiempo, y Juan Ramón Jiménez declaró: “gran poesía la suya, donde la increíble riqueza de imágenes corre pareja con su musicalidad augusta y resonante”; Cintio Vitier por su parte valoró que “Cuba está íntegra en su palabra y en su gesto de gran poeta”; y Juan Marinello, que era el poeta de la Revolución.

(Extraído de www.encaribe.org)]






Cementerio 
            Estación Terminal 
En ella  
tomamos  
el pasaje 
            de primera 
            o de última clase 
los nichos son los PULLMAN 
    Tienen salones espléndidos 
    departamentos cómodos  
    literas bajas 
y literas altas 
 En ellos van  
 los ricos  
 los que pueden  
 los privilegiados 
 Los otros pasajeros 
 viajan siempre en los carros de tercera 
              o en el de carga 
              que es la fosa  
                        común 
                                       De Surco (1928)




Composición con tren de Olga Rozanova