viernes, 20 de enero de 2012

LA SEÑORITA ETCÉTERA (fragmento) por Arqueles Vela

[Arqueles Vela, el gran prosista del estridentismo mexicano, nació en 1899, según algunos en Tapachula, Chiapas y según otros en Guatemala. Lo cierto es que asistió a la escuela primaria en Guatemala. Fue maestro y periodista en los diarios mexicanos El liberal y en El Universal Ilustrado. Su primera publicación fue un libro de poemas titulado El sendero gris y otros poemas inútiles aunque quizá se le conozca más por relatos cortos como La Señorita Etcétera o El café de nadie, este último inspirado en las reuniones con otros estridetistas como Maples Arce o List Arzubide en el Café Europa de la capital de México. Murió en el D.F. en 1977. 

Como sus obras son muy difíciles de conseguir, al menos en España, se me ha ocurido subir un documento pdf con algunos de sus relatos aquí.]




Desnudo bajando una escalera por Marcel Duchamp


Ya tenía mucho tiempo de vivir en la ciudad y no conocía nada de la ciudad. Apenas si conocía algo del cuarto que ocupaba en el hotel.

Al principio tuve intención de pagar, en una casa de huéspedes mediocre, un mes de vida... Las súbitas impresiones me llenaron de penumbra el cerebro y no pude hacerlo. Tomé un cuarto en el hotel más lujoso de la ciudad. Un cuarto que jamás utilicé, porque pasaba los días y las noches en lugares inusitados.

No me sentí vivir en el hotel sino cuando ella penetró, con sus pasos medidos, en el ascensor.

Subíamos lentamente y tan irreales como ese humo que enferma la garganta de las chimeneas...

La vida casi mecánica de las ciudades modernas me iba transformando. Mi voluntad ductilizada giraba en cualquier sentido. Me acostumbraba a no tener las facultades de caminar conscientemente. Encerrado en un coche me paseaba sonambúlico por las calles.

Yo era un reflector de revés que prolongaba las visiones exteriores luminosamente hacia las concavidades desconocidas de mi sensibilidad. Las ideas se explayaban convergentes hacia todas las cosas. Me volvía mecánico. 

Me conducían las observaciones  puestas en cada uno de los objetos que usaba.

Cuando el ascensor concluyó de desalojarnos y me encontré frente a ella y la observé detenidamente, me estupefacté de que ella también se había mecanizado. La vida eléctrica del hotel nos transformaba.

Era en realidad, ella, pero una mujer automática. Sus pasos armónicos, cronométricos de figura de fox trot, se alejaban de mí, sin la sensación de distancia; su risa se vertía como si en su interior de desenrollara una cuerda dúctil de plata, sus miradas se proyectaban con una fijeza incandescentes.

Sus movimientos eran a líneas rectas, sus palabras las resucitaba una delicada aguja de fonógrafo... Sus senos temblorosos de "amperes"...

Ya en el diván de sus cuarto comenzamos a recordar las mismas cosas de siempre...

Nos escuchábamos ambos desde lejos. Nuestros receptores interpretaban silenciosamente, por contacto hertziano, lo que no pudo precisar el repiqueteo del labio.

Me sentí asido a sus manos, pegado a sus nervios, con la aferración de polos contrarios.

Las insinuaciones de sus ojos eran insostenibles; yo los asordinaba con una pantalla opalescente.

Cuando ella desató su instalación sensitiva y sacudió la mía impasible, nos quedamos como una estancia a obscuras, después de haberse quemado los commutadores de espasmos eléctricos...

Ella había llegado a ser un APARTMENT cualquiera, como esos de los hoteles, con servicio "cold and hot" y calefacción sentimental para noches de invierno...